Después de haber pasado varios días en el hospital, la hija mayor le pidió al médico que lo dejara ir a casa para que pasara el resto de sus momentos en un lugar conocido, el medico después de haberles dado la lamentable noticia de que ya no se podía hacer nada más por el pobre hombre, y habiéndoles explicado lo que les esperaba, acepto que se lo llevaran a su casa y así cumplir con los deseos de su familia.
Su hija se llevó a su padre y lo sentó en su lugar favorito de la casa, la sala de trofeos, un lugar donde toda la familia había dejado orgullosamente todos esos premios que habían obtenido a lo largo de sus vida, algunos eran de la escuela, unos del trabajo, y algunos de deportes, pero el que más orgullo le daba a aquel hombre era la cabeza de cabra que colgaba justo a la mitad de aquella pared.
Toda su vida había soñado con ir a un safari en África, y dar caza a los grandes animales, pero su querida esposa, que en paz descanse, nunca se lo permitió, siempre le dijo que era un deporte horrible y que jamás le permitiría hacer tal barbarie, pero años atrás, varios antes de la muerte de su querida esposa, ella hizo algo inesperado para todos. La cabra que había obtenido la familia en algún trueque, se había enfermado ya no se podía ni mantener en pie, ya no tenía remedio, la humilde mujer vio la oportunidad de realizar uno de los sueños rotos de su marido y aprovechando que estaba un poco chafado de la cabeza.
Lo saco al jardín y comenzó a relatarle con sumo detalle que se encontraba en África, describiéndole la sabana, el pasto largo y dorado como la paja, la sensación del ardiente calor y que el estaba justo en el safari con él que siempre había soñado y que justo delante de él se encontraba el más grande y majestuoso león que pudiera imaginar, con una reluciente melena y afilados colmillos, aunque la cabra soltó un gemido proveniente del terrible dolor que padecía. Él hombre tan metido en aquella fantasía solo escucho el rugir del temible león, tomo el arma que durante tantos años su mujer le había guardado bajo candado y disparo, justo entre los ojos, y liquidando a la bestia.
Como regalo de aniversario de bodas, la mujer mando a disecar la cabeza de la cabra, para que el nunca olvidara que en algún momento de su vida había ido de cacería, como él tanto había soñado en sus años mozos. Fue su mejor y ultimo regalo de bodas antes de que su mujer se fuera.
El hombre se quedó sentado en el sillón que daba directo a aquella pared durante varios días, no quiso comer ni levantarse, ni siquiera sintió necesidad alguna. Se quedó observando aquella pared fijamente, solamente con la compañía del reloj cucú contando cada segundo que pasaba. Sus preocupados hijos pasaban repentinamente de vez en cuando para ver si se le ofrecía algo, pero nada. No fue hasta el tercer día que la hermana mayor mando a llamar a sus otros dos hermanos para ver si podían mover de su sitio a su padre.
Los tres entraron, la hermana mayor por delante y los otros dos siguiéndola, entraron despacio, casi sin hacer algún ruido con miedo de que reaccionara súbitamente al ruido, pero repentinamente les dijo:
-Tráiganme mi rifle, hoy me voy a cazar. – Dijo el padre con una voz ronca pero firme.
-Pero papá…- Le decía su hija mayor, mientras él la interrumpía.
-El rifle.
-Papá, nuestra madre lo dejo guardo bajo llave… - Dijo la hija de en medio, pero nuevamente con la frase a medias por la interrupción de su padre.
-He dicho que mi rifle – Parecía que nada le quitaría la necedad. Pero al menos parecía más lúcido que los días anteriores.
Y antes de que cualquiera de las hermanas pudiera decir algo, el hermano menor fue él que se puso hasta enfrente y con una solo seña hizo callar a sus hermanas. Se posó a un lado del sillón de su padre, donde el pudiera verlo. Comenzó moviendo las manos, simulando que abría una especie de caja que nadie podía ver, por sus movimientos era una gran caja, movió los brazos para sacar el arma que tanto había pedio su padre, un rifle, intangible para todos aquellos con falta de imaginación. Lo desempolvo y lo reviso antes de acomodarla en su hombro e hizo dos disparos dirigidos a la nada, haciendo el sonido con la boca de cada uno de los disparos, y realizando el reflejo que se produce en el cuerpo por el disparo del arma.
-Pum… Pum.
Para después ponerla frente a su padre como que si quisiera que tomara aquel pedazo de aire con la forma del tan anhelado rifle. Él padre volteo a ver el rostro de su hijo y por primera vez en semanas le mostro una leve sonrisa, tomo aquella arma con unas manos temblorosas y deformadas por la artritis, lentamente comenzó a apuntar, desde el muro de los trofeos hasta donde se encontraba colocado el reloj cucú, justo cuando este comenzó a cantar que ya eran las 3 de la tarde, el hombre disparó su arma.
-Puummm – Tan largo como para que cuando callo, el cucú también lo había hecho. Regreso la mirada para ver a su hijo.
-Gracias hijo eres igual que tu madre. Siempre dejándome soñar. – Dijo mirándolo a los ojos y mostrando una alegría que parecía se había marchado hacía tiempo atrás.
-Si papá, como con el león-cabra. ¿Lo recuerdas?
El padre levanto su mano pidiendo a sus hijos que se acercaran. Cuando todos lo tomaron de la mano, les esbozo una sonrisa aun mayor a la anterior a cada uno de ellos y dejo que su cabeza se acomodara suavemente sobre el respaldo del sillón y lentamente cerro los ojos para soñar eternamente junto con su amada esposa.
Escrito por Ale ;)
27 / Julio / 2012
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