Una mujer encorvada, algo bajita, pero trabaja con el afán de que no huera en el mundo nadie mejor que ella, solo existía un inconveniente en su persona, vivía con un miedo que le embargaba hasta en el alma.
Todo parecía que se le iba a derrumbar encima, no quería siquiera salir de su casa, pero las obligaciones diarias la hacían salir. Tenía una voz tan baja que solo los perros escuchaban. Lo bueno es que casi nadie llamaba a la oficina.
Cuando salía de casa a la oficina y de regreso, se la pasaba fijando en cada charco, cornisa y esquina que invadía su vista, siempre sentía que alguien la vigilaba que algo perturbador sucedería en cualquier momento. Su trabajo no estaba a más de 15 minutos en autobús, pero siempre los sentía como una eternidad, repasaba con la mirada a cada uno de los pasajeros, siempre en busca de algún maleante o algo parecido, pero siempre se topaba con miradas indiferentes y con las de algún curioso niño que la veía siempre como un objeto extraño, y así es como ella se sentía realmente.
Era toda una agonía, no tenía ni un momento en el que se pudiera olvidar del asunto, y su comportamiento extraño no solo se quedó para sus adentros, todos en el trabajo comenzaron a notar sus extrañeces, fácilmente se podían notar en los cuchicheos y los rumores que rondaban a su alrededor, algo que la ponía todavía peor cada vez que escuchaba alguno. Cuando escribía en su computadora se podían escuchar los clics de cada letra en toda la oficina, de tan fuerte que escribía. Y peor se ponía la cosa cuando le llevaba el café a su jefe, la taza temblaba peor que un chihuahua mojado en pleno invierno, y repiqueteaba peor que un maraquero, al final la taza llegaba a su destino solo con la mitad de su contenido.
Y fue un viernes, un día antes de la paga, un día de tormenta, cuando su jefe mando a llamarla, parecía que todos sabían lo que sucedería, todos menos ella. Por su cabeza solo pasaban las peores cosas, cosas inimaginables y factiblemente imposibles de que cosa podría suceder, parecía que hacía tiempo que la cordura había abandonado su cabeza.
Se sentó torpemente en la primera silla que se encontraba frente al escritorio y poniendo una mano sobre la otra para que dejaran de temblar. Solo se quedó viendo la ventana que estaba atrás de su jefe, viendo la lluvia caer y algunos truenos que iluminaban la habitación, de alguna manera tratando de aplacar a su conciencia con eso.
-Martha he tenido algunos inconvenientes con usted desde el primer día que entro a trabajar, por lo que he tomado una decisión…
Por Martha no dejaban de pasar los peores pensamientos, el sudor comenzó a correr por su frente, sus manos temblaban peor que nunca y luchaba consigo misma para tratar de evitar que se llevara las manos a la boca, también tenía la mala costumbre de morderse las uñas.
-Ya no es necesario que me traiga los cafés por la mañana, acabo de comprar una cafetera para mi oficia, pero el resto de tus obligaciones continuara igual que siempre. Es excelente el trabajo que haces con los documentos. Gracias Martha eso era todo, puedes retirarte.
Al salir ya varios la estaban esperando, algunos solo para darle ánimos, pero fue Antonia la recepcionista la que hablo antes que nadie.
-Ay Martha, pero eras tú y tus cosas raras, por eso el jefe te despi…- Cuando de repente los demás empleados callaron a Antonia.
-¿Pero qué les pasa?, si es la verdad- Dijo reclamándole a todos. Pero antes de que alguien pudiera decir algo Martha simplemente dijo con una voz seria y en un tono lo más normal que cualquiera le hubiera escuchado antes:
-El jefe se compró una cafetera nueva. - Todos al igual que ella se quedaron en silencio.
Y todo por una simple cafetera
Escrito por Ale ;)
09 / Julio / 2012
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